- Disculpe señor, la calle Calderón de la Barca, ¿dónde queda?.- Proclamó la anciana en medio de la panadería.
- Son tres cuadras, yendo por esta.- Respondió el hombre concentrado en su respuesta.
El local estaba repleto de gente, y dado el volumen de la charla todos parecían participar.
- Aaaah.... es paralela a Lope de Vega.
- Sí.- Aseguró el hombre tratando de esbozar una sonrisa acorde con la circunstancia.
- ¡No, es mentira!.- Se escuchó a espaldas de todos.
- Cómo que es mentira, si hace treinta años que vivo acá.- Comentó como para sí mientras se daba vuelta lentamente.
- ¡Sí, queda a una cuadra!.-
La voz tomó el rostro de una mujer de muy baja estatura, y le impresionó terriblemente su pelo corto con rulos muy chiquitos pegados a la cabeza. El hombre volvió a mirar a la anciana y le dijo con voz clara:
- Hágale caso a la señora que parece estar segura.-
Mientras salían las palabras sin esfuerzo, comenzó a sentir un dolor en las manos que se transformaba en ganas de pegar y pegar, hasta matar, si fuera posible. También escuchó algún comentario desenfadado endilgándole la culpabilidad de la mentira. Se dio vuelta otra vez y miró a la mujer a los ojos.
- ¿Qué quiere, que le incruste la cabeza en la vidriera?.-
Habló tranquilo.
Un leve murmullo se levantó como del piso separando a la gente que estaba entre el hombre y la mujer en cuestión, abriendo una especie de caminito hostil.
- Bueno, este, yo no quería saber nada en realidad.-
Comentaba la anciana que había realizado la pregunta inicial.
La vidriera estalló en infinitos vidrios, panes de maíz y bombas de crema; el rastro de sangre llegó hasta la vereda.
La gente, endurecida en sus lugares, permaneció en silencio rogando por su propia seguridad.
El hombre se acercó al mostrador.
- ¡79!.- Gritó una de las empleadas a punto de desmayarse.
- Yo.- Dijo el hombre. – Medio de caseritos.
- ¿Trajo bolsita?.-